Me gusta mirar a María en Nazaret. Contemplarla en silencio. Tocar las rocas, sentir el aire, dejarme llenar por la luz. Imaginar que se acerca a mí.
Dios se hace carne en un lugar, hic, aquí y en un momento, nunc, ahora. Ese momento en la historia en el que el cielo tocó la tierra y una niña pronunció su fiat, su hágase, su sí humilde y callado.
Lo dijo todo en pocas palabras y se abrazó a Dios para recorrer sus caminos. No tenía nada claro. No sabía el futuro ni controlaba el destino de sus pasos.
Solo sabía que Dios le pedía lo imposible y ella no podía negarle nada a su Padre, no podía decir que no y apartarse del camino. No podía rechazar al Dios al que había consagrado su vida.
Los caminos de Dios son extraños, no son mis caminos. Sus deseos no suelen ser mis deseos. O quizás solo cuando deseo lo que Él desea soy feliz. Y no haciéndolo con los dientes apretados, sino como hace el que está enamorado.
No tener miedo porque estamos en las manos de Dios
Salta en el vacío. Cierra los ojos y se deja caer de espaldas sabiendo que unas manos sujetarán su vida. Es lo que sentía María en su corazón.
Se encontraba cobijada en las manos de Dios. ¿Qué podría temer si simplemente hacía lo que el ángel le pedía?
No le dio un itinerario, ni un manual con la ruta a seguir. Tampoco le dijo con precisión los pasos a dar ni puso en sus labios las palabras correctas. No le mostró el dolor que un día viviría ni le hizo comprender el plan de salvación.
Solo le dijo: "Hija mía, la más pequeña de mis hijas, toma en tus manos esta misión inmensa y confía. Porque estando conmigo nunca te pasará nada".
Y ella lo creyó, confió, se abismó. Se dejó caer desde una altura infinita. Se entregó por entero sin preguntar demasiado.
Cada día tiene su afán y todo sufrimiento tiene sentido
Cada día tendría su afán mientras ella viviría meditándolo todo en su corazón. Mientras Jesús crecería en la oscuridad que provoca la cotidianidad, ella seguiría convencida, unida a Dios, sabiendo que fue el Ángel quien le dijo que no dejara nunca de creer.
Y ella creyó. Incluso al pie de la cruz cuando la noche se rompió en su corazón humano destrozándolo todo.
En ese momento de dolor infinito Ella creyó, pensó que habría una luz cuando menos lo esperara. Que el final no podía ser tan terrible.
Creyó que todo el sufrimiento tendría un sentido y daría a luz una vida nueva que no alcanzaba a entender.
Me detengo conmovido ante ese sí imposible de María. Hic, aquí, en este lugar de piedra se oyó un sí, brotaron unas palabras calmadas en los labios y en el corazón de una niña indefensa, incapaz de salvar el mundo Ella sola con sus fuerzas.
Solo dio el primer sí que repetiría miles de veces a lo largo de su vida. Creyendo, confiando, esperando.
Me conmueve su sí y pienso en los síes que yo no sé pronunciar. Me duele el alma al ver la incertidumbre ante mis ojos.
¿Cómo seré capaz de enfrentar la vida? Me cuesta soportar el dolor y aguantar la soledad? ¿Cómo sabré que es ese el camino y no otro?
Debo aprender a descifrar los susurros de Dios que casi no oigo. Digo que no muchas veces creyendo hacer lo que Dios me pide, o lo que yo deseo.
Me amparo en mi debilidad diciendo que no puedo, que estoy hecho de otro material distinto al de los santos.
Dios nos llama en nuestra realidad concreta
Le digo a Dios que no me pida nada difícil ni permita el dolor en mi vida, no sé sufrir con altura de alma. Y las contrariedades despiertan todas mis rabias e iras.
Le digo a Dios que hay mejores candidatos, personas más verdaderas y valiosas que pueden decir que sí, ellos sí, y rehúyo esa piedra donde escucho que Dios se encarna en un presente muy real.
En mi vida como es hoy, no como a mí me gustaría que fuera. En las personas con las que convivo hoy, que son de una manera concreta. Y en mi historia, esa que me duele porque están abiertas sus heridas.
¿Cómo voy a decirle que sí al Dios de esa historia mía con la que no me acabo de reconciliar?
Y luego el futuro lleno de incertidumbres. ¿Cómo haré para gritar fiat sabiendo que no tengo nada controlado de lo que puede suceder?
Me asustan el fracaso, el dolor y la muerte. ¿Cómo decirle a un Dios que sí cuando no me garantiza de ninguna manera que viviré lejos de los sufrimientos?
Solo me dice que irá conmigo, caminará a mi lado, abrazará mis dolores, levantará mis cansancios y sostendrá mis miedos.
Y yo quiero decir que sí con la cabeza, y con el corazón. Quiero decirle que sí, que puedo solo si Él va conmigo. No porque me sienta fuerte sino porque sé que Él me ha elegido.
El profeta Ezequiel 22,30 dice:
He buscado entre ellos alguno que construyera un muro y se mantuviera de pie en la brecha ante mí, para proteger la tierra e impedir que yo la destruyera, y no he encontrado a nadie.
Es lo que dice el Señor. Pero yo sí quiero estar en la brecha que se abre en la muralla. Quiero ser fiel sabiendo que Él me dará la fuerza. Ha querido llamarme a estar a su lado. Defendiendo, permaneciendo junto a mí.
Así repito mis síes en esta noche. Convencido de que el día traerá un amanecer lleno de vida.