Santa Juana es una de las zonas más afectadas por los incendios forestales que afectan al sur de Chile, desde inicios de febrero. La localidad rural, perteneciente a la Arquidiócesis de Concepción, ha resultado con el 90 por ciento de su territorio quemado y ha sufrido la pérdida de 11 de su habitantes. Es la inmensa fe que se vive, la que mantiene en pie a una comunidad dramáticamente golpeada por la enorme tragedia.
Paradas entre las cenizas de lo que era la casa de María Inés, que quedaba justo al frente de la capilla a su cargo, también reducida a escombros, nos relata parte de lo que han sido estos infernales días en una localidad que se destaca por la tranquilidad y cercanía entre sus habitantes.
«Es muy fuerte lo que estamos viviendo, lo que más me duele es que dos de mis mascotas quedaron atrapadas y no las pude rescatar del fuego, eran mis hijos y cuando miro lo que queda de la casa, sé que están ahí… Lo perdí todo y también mi capilla, que era mi segundo hogar», expresa con la garganta apretada y ojos llorosos.
Una capilla al aire libre
«Ha sido muy difícil para mí el sacar fuerzas para acompañar a mi comunidad. Antes del incendio, teníamos toda la intención de mejorar la capilla, hacer algunos arreglos y bueno, claramente ahora la gran tarea será la reconstrucción. La fe es el puntal que me mantiene para seguir adelante y estoy tratando de que permanezcamos unidos en medio en esta enorme tragedia», señala María Inés.
La encargada de la capilla Santa María Reina agrega: «Siento el llamado a seguir sirviendo al Señor y por eso en estos días, hemos intentado mantener el encuentro al atardecer, orando juntos por los que partieron y por todos los que estamos sufriendo. Armamos nuestra capilla al aire libre y nos refugiamos en el consuelo que el Señor nos entrega».
Virgen protectora
«No tenemos donde llorar, lo perdimos todo, estamos viviendo una situación muy dura como comunidad. Para nosotros los católicos este dolor solo puede vivirse con mucha fe, nadie está preparado para quedar solo con lo puesto», expresa Lilian Orellana, ligada toda su vida a la Iglesia católica. Esta mujer de 61 años relata que había salido a apoyar a unos vecinos que estaban en medio del fuego cuando regresó a su hogar, y al ver cómo su casa era consumida por la llamas, se entregó al Señor pidiendo que hiciera su voluntad, al tiempo que pidió a la Virgen que les protegiera con su manto.
«Y así fue, ella nos protegió, escapé con vida y el sector de las bodegas donde tenía mis herramientas, se salvó del fuego y sé que fue porque ella nos cuidó».
«Estos días vemos la presencia de Dios, la fe te levanta y cuando estoy a punto de caer me pongo a rezar, miro lo que quedó de la Virgen en mi casa y pido al Señor que me de fuerzas para poder pararme», agrega Lilian.
Jesús personificado
«Pese a la inmensa pena y tragedia que nos afecta, también tenemos muchas bendiciones que agradecer. Dentro de toda la ayuda que hemos recibido estos días, hay una que se quedará en mi corazón por siempre. Un trabajador que tuve, al que recogí de la calle en muy malas condiciones y apoyé tiempo atrás, fue el que vino ahora a acompañarme, no lo reconocí cuando se acercó a hablarme, todavía estaba en shock», indica.
«Dentro de su pobreza, este hombre sacó un trozo de queso que tenía y lo compartió conmigo, en ese momento sentí con más fuerza las palabras del Padre Hurtado ´Dar hasta que duela´, sentí que era Jesús personificado. En cada persona que llega a acompañarnos se siente su presencia, son enviadas por Dios, la paz viene de él y la Virgen, cuando me paro es por ellos», sentencia.
Al recorrer la zona, se aprecia la magnitud del desastre, de tanto en tanto, llaman la atención algunas banderas chilenas que se levantan en representación de las casas, familias, historias y vivencias; también resaltan algunas grutas de la Virgen que salvaron del fuego, porque en Santa Juana su comunidad es muy devota.
Por estos días, la Parroquia Inmaculada Concepción, frente a la plaza de armas de Santa Juana, es la que concentra el trabajo de los cientos de voluntarios que han llegado a la zona, liderados por el padre Ricardo Valencia. Hasta ese lugar acuden personas en búsqueda de alimentos, ropa, pero también de abrazos y escucha. Han sido jornadas extenuantes y hay mucho por reconstruir, rehabilitar y levantar. Un largo camino que será posible gracias a la fe que mueve a los habitantes de esa lejana localidad sureña.