Hay algo en el corazón que busca siempre la predilección. Busco ser preferido, elegido, buscado, admirado. Más que los otros, de forma única. Y quizás me molesta que otros sean más predilectos que yo, más amados.
Me parece precioso que Dios diga con rotundidad que Jesús es el predilecto. Quiero oírlo también dicho para mí.
Quisiera en realidad que me lo dijera a mí y a nadie más. Que no todos sean los predilectos, porque así no funciona. Si todos son predilectos yo ya no soy el preferido. Hay muchos, son muchos.
Los discípulos discutían entre sí quién era el más importante. En realidad el deseo es ser el más amado y por eso el más importante.
Sin competencia
Me gusta figurar, estar por delante de otros, resaltar. Amo la predilección. Que me prefieran, que me amen.
Y cuando veo que alguien se me adelanta en esa carrera, me lleno de rabia. Surgen entonces los comentarios. ¿Tú has visto a este lo que hace? ¿Te has fijado? ¿Te diste cuenta?
Y comento con los demás para buscar apoyo. Claro, así me siento más seguro.
Me molestan los que parecen predilectos, elegidos, preferidos. Ellos no valen tanto como yo. Me molesta que los elijan a ellos antes que a mí. ¡Qué triste cuando eso sucede dentro de la misma Iglesia!
Compararse daña
Jesús lo vivió entre aquellos a los que amaba. A cada uno lo amaba a su manera. Y ellos competían por su amor, por su predilección. Eran como yo, tenían un corazón herido, humano.
¡Cuánto daño me hace la envidia! Deseo lo que otros tienen. No me conformo con lo que vivo. No lo hago con alegría. No disfruto.
Porque me comparo. Y en las comparaciones siempre pierdo. Alguien es más querido, más respetado, más buscado. Y yo no.
No sé por qué la envidia se mete en el corazón y lo llena de rabia, de dolor. Reacciono con críticas cuando duele el alma. Siento que no me eligen a mí y comienzo con los chismes.
Críticas, mentiras,... mejor el silencio
¡Qué tristeza cuando las críticas surgen en personas que se llaman cristianas, devotas de María, hijos predilectos de Dios!
¡Qué dolor cuando los falsos testimonios convierten la mentira en verdad! Cuando digo muchas veces algo que es mentira y a muchas personas, parece que es verdadero.
Me creo mi propia mentira y los que me escuchan sienten que es verdad. Se crean corrientes de opinión.
Es fácil opinar de todo, de todos. Y cuando dejo caer mis opiniones sobre el mundo, ya nunca más podré recogerlas. Quedarán esparcidas sembrando dolor y maldad.
¿No será mejor que aprenda a guardar silencio? ¿No soy capaz de decirle al que critica a otros y levanta falso testimonio que mejor se calle?
Cuando trato de ser el centro
Me da vergüenza hablar. Callo y parece que con mi mutismo confirmo sus intuiciones, sus mentiras con apariencia de verdad.
Es fácil quitarle la fama a una persona. Basta con esparcir mis opiniones, mis juicios, mis condenas.
No me callo, hablo y digo lo que siento, lo que pienso. Y todo porque quiero ser predilecto y que los demás no lo sean.
Quiero ser amado más que cualquiera. Quiero ser el importante y el centro en todo lo que sucede.
Y si no lo soy, me rebelo, me indigno, me enojo. Y la envidia y los celos envenenan mi corazón.
Esparcir sospechas
A Jesús lo matan porque su vida es un escándalo para los que ven peligrar su lugar en la sociedad, en el mundo.
Y Jesús tiene un éxito que ellos desean. Y además Jesús no los prefirió a ellos, buscó a unos pescadores sin formación, a unos pecadores a los que parecía no exigirles nada.
Es fácil dejar caer la sospecha sobre esas personas a las que quiero y odio casi a la vez. Busco que me elijan a mí y si no lo hacen las odio, y dejo caer sospechas. ¿Han visto lo que hace?
La sospecha es algo terrible. No tengo pruebas. Pero sí sospechas, y las comparto. Para que todos me apoyen y así poder deshacernos de aquel que no me ama como yo deseo.
Dios me ama
La predilección de la que me habla Jesús es algo sagrado. Yo soy predilecto, elegido por Él. Sabe cómo soy y me elige.
No lo hace por compasión. Le gusta como soy, ama mi belleza, se alegra en mis fracasos y en mis éxitos.
Porque ha mirado mi corazón de niño, de hijo. Y lo que quiere es que no sufra comparándome con nadie.
Él me ama con locura y de forma única y especial. A cada uno lo ama de esa misma manera.
No me afecta. Cada uno tiene su lugar en el corazón de Dios.
El amor basta
Y en la vida habrá personas que me amen más que a mí. Y habrá otras que con su amor limitado amarán más a otros. No me importará.
Sentiré que Dios sigue mandando personas para recordarme cuánto me ama Él. Porque su amor sí que es incondicional y único.
Él me elige siempre, aunque otros no lo hagan. No me comparo. No sufro por esas pequeñeces. No juzgo, no condeno, no critico a otros buscando que sean menos queridos por los demás.
Bendecir
Callo, ¡cuánto bien me hace el silencio! Si supiera enaltecer a mi hermano, hablar bien de los que me hacen daño. Halagar a los que tienen éxito.
Dicen que el verdadero amor se alegra con el bien que vive mi hermano y sufre, y llora con sus desgracias.
Ese es el amor sano que no busca imponerse ni prevalecer. El amor humilde que ve siempre en el otro una perfección que él no posee.
Se humilla a sí mismo sin pretender tener los primeros lugares, los asientos más destacados.
Si fuera más humilde me callaría sin pretender que los demás me quieran más, me busquen más, me elijan a mí.