Recuerdo aquel miércoles 27 de abril con nervios, ilusión, amor, entrega y servicio. El papa Francisco nos saludó a los alumnos que cursamos el Máster Universitario en Radio COPE al terminar la Audiencia General.
Días antes de ir a Roma hice unos ejercicios espirituales. Allí le conté al padre Israel, mi director espiritual, que íbamos a ir toda la clase a la capital italiana e íbamos a tener la inmensa oportunidad de acudir a la audiencia general del Papa Francisco. En ese momento, me dijo: "Si tienes oportunidad, regálale un solideo".
En un principio, todo parecía perfecto y lo más seguro era que saludásemos al Santo Padre con motivo del XXV aniversario del Máster. Pero, cada día que iba pasando, todo se iba oscureciendo. Seguían saliendo noticias del estado de salud del Papa, por lo que pasó a ser algo que ya no estaba tan asegurado. Aún así, seguí confiando en que todo venía de Dios.
El martes de esa misma semana, un día antes de la Audiencia, el dolor de su rodilla -que le impide caminar con normalidad- le obligó a cancelar todos los compromisos que tenía.
Se me pasó por la cabeza la posibilidad de que no pudiera realizar los tradicionales saludos tras la audiencia, o que directamente la cancelase.
Aún así, decidí ir a comprar el solideo: "Si tenemos la oportunidad de dárselo, se lo doy. Y, si por un casual, no podemos estar con él, tendré que volver a Roma para entregárselo en algún momento", me decía a mí misma.
Esa tarde se lo expliqué a Eva Fernández, la corresponsal de COPE en Roma. Ella me contó que era algo muy bonito y que, en otras ocasiones, cuando alguna persona le entrega un solideo al Pontífice lo que hace es quitarse el que lleva puesto, ponerse el de la otra persona y devolvérselo.
El momento clave del solideo
El miércoles por la mañana me levanté muy nerviosa. Hasta que no llegamos a la plaza de San Pedro no supimos dónde nos iban a colocar. Pero, gracias a la Providencia, nos pusieron en primera fila, lo que significaba poder saludar y ver de cerca a Francisco. Todos los alumnos del Máster pudimos escuchar las palabras del Papa e incluso, en mi caso, volver a casa con un regalo de un valor incalculable.
Tras la audiencia, el Papa se acercó a nosotros y tuve la suerte de intercambiar el solideo con él. Pasó por delante de mí, le entregué el objeto nuevo que compré el día anterior, y le dije que todo había sido un regalo del Cielo, sin casi articular palabra a pesar de llevar toda la semana pensando en cómo dirigirme al Santo Padre.
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Fue una experiencia increíble, ya que pensaba que me lo iba a devolver. Sin embargo, no fue así y Dios quiso que yo me quedara con el solideo del Papa. Aún hoy me sigo emocionando pensando en aquel instante en el que sostuve con mis manos el gorrito blanco del Papa.
Ahora mismo no tengo más palabras que estas para describir lo que sentí en ese momento, y lo que sigo sintiendo cuando veo el solideo colocado en mi casa. Lo único que sé es que en mis planes no entraba lo vivido, pero en los de Dios sí.