Aunque su humildad lo mantiene en bajo perfil, se ha vuelto cada vez más conocido, sobre todo por los vigilantes. Esto se debe a que suele dar clases también durante días festivos y en los recesos universitarios, en un esfuerzo por brindar formación de calidad a sus estudiantes.
No lo hace por dinero. Para nadie es secreto que Venezuela sufre una gravísima crisis compleja, donde un profesor universitario debe sobrevivir con el penoso salario de apenas 20 dólares al mes.
Tales circunstancias han llevado a muchos a retirarse o dedicarse a dar instrucción en centros privados. También, en algunos casos, se ha impulsado la deserción de las aulas o, peor aún, a una desmejora radical en la atención a los estudiantes.
Sin embargo, este caso es curioso por ser exactamente lo contrario. Con una trayectoria académica brillante y un recorrido universitario de más de 36 años, el profesor bien podría jubilarse.
Acude en bicicleta cada día
Pero él ha decidido no abandonar a sus muchachos, a los pupilos, como llama afectuosamente a quienes más allá de las dificultades siguen intentando ser los mejores cerebros dentro y fuera de la nación sudamericana.
Explica materias difíciles y complejas de ingeniería en la Universidad del Táchira (UNET), una zona fronteriza que hace vida con población de la vecina Colombia.
Y acude a la casa de estudios en bicicleta tras recorrer no pocos kilómetros, para sortear los gastos en transporte, amén de las continuas colas por la gasolina; pero también como una forma de hacer deporte y de motivar a sus muchachos a oxigenar la mente más allá de las aulas de clase.
El cansancio no le quita la sonrisa y los años que carga encima tampoco le superan en jovialidad y optimismo. De hecho, a juzgar por quienes le conocen, "tiene una humildad que inspira".
Todo empezó con una oración
En un contexto donde rezar en público es a veces cuestionado, el educador comenzó su curso de Transferencia de Calor encomendando a sus estudiantes a Dios y la Virgen. Puso en manos del Creador el éxito de la actividad, y tras cerrar los ojos invitó a rezar un padrenuestro.
Tras varios meses de actividades académicas con jornadas maratónicas y esquemas de evaluación continuos, finalmente el curso concluyó. Al dar término formal a la actividad de pregrado, que tuvo récord de horas de extensión, decidió cerrar con una sentida oración de gratitud.
Primero en el aula, y luego fuera de ella, con una invitación a acompañarle hasta el exterior de la iglesia de la universidad. Aunque cerrada por ventanales de vidrio que transparentan la luz del sol en el ocaso, propia quizá de la calma que envuelve el interior, se dirigió conmovido hacia el Santísimo…
Desde allí, con un profundo y respetuoso silencio, la conmovida oración de un profesor universitario tuvo eco en los muchachos que, agradecidos, seguían la alabanza a Dios.
"La eucaristía es mi motivación"
Nadie se explicaba cómo tuvo fuerza para dar 8 horas continuas de clase y llegar a casa a preparar ejercicios técnicos por 8 horas más. O diseñar evaluaciones en unas jornadas que se extendieron por hasta cinco días todas las semanas.
"En algunos instantes en clase nos hablaba de Dios como su motivación. Y de la importancia de ir a misa. Nos mostró también que su fuerza e inspiración diaria para soportar jornadas de preparación, dedicación y estudio desde muy temprano hasta la madrugada eran la misa y comulgar con frecuencia", indicó a Aleteia uno de sus 28 alumnos.
"Tuvimos clases en días festivos y mientras la universidad estaba cerrada, pero no se tocaron ninguno de los días santos ni los de Navidad. Sin duda, fue una experiencia extraordinaria", agregó.
"Se llama Jesús Díaz... Muchos sentimos en su esfuerzo, su afecto y dedicación, a Dios actuando a través de él en muchas ocasiones."
Sin duda, una historia que inspira… ¡dentro y fuera de Venezuela!