Cuántas personas pasan la vida sin saber qué camino tomar. Cuántas lo hacen obligadas por otros. Y cuántas simplemente se dejan llevar. Pero muchas otras, desde que tienen uso de razón, saben lo que quieren y hacen lo que sea necesario para conseguirlo.
María Ana era una joven que vivió a caballo entre el siglo XVI y el siglo XVII a la que, como tantas otras muchachas de su tiempo, habían elegido su destino. Una elección que no coincidía con su voluntad por lo que no dudó en enfrentarse a todo y a todos para imponer su deseo. Un deseo de seguir a Dios.
María Ana Navarro de Guevara y Romero nació el 17 de enero de 1565 en Madrid. Era la mayor de los seis hijos de Luis Navarro, peletero al servicio del rey Felipe II, y su esposa, Juana Romero, quien falleció cuando María Ana tenía nueve años. La niña no recibió con buenos ojos a Jerónima Pinedo, la nueva esposa de su padre, quien no trató demasiado bien a los pequeños. La familia se vio aumentada con cinco hijos más.
Durante su infancia, María Ana se refugió en la oración y, en secreto, hizo un voto perpetuo de castidad. Algo que chocaría de pleno con la voluntad de su padre y, sobre todo de su madrastra, quienes habían buscado para ella un marido.
Según cuenta la tradición, María Ana se negó en redondo a aquel enlace, expresando a los suyos su voluntad de ser religiosa. Ante la negativa de sus familiares, que llegaron a amenazarla y a ejercer violencia sobre ella, llegó incluso a cortarse el pelo y deformarse el rostro para provocar el rechazo del elegido. Fuera verdad o no, lo cierto es que el matrimonio no llegó nunca a realizarse.
En 1598 dejó su hogar, en el que no había sido demasiado feliz, y encontró consuelo en la ermita de Santa Bárbara de Madrid, donde vivió durante años recluida como penitente. Allí no solo recibió el apoyo de fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, un religioso mercedario y su director espiritual. Su fama de piadosa y de mujer entregada a los demás, pues además de rezar y hacer penitencia, ayudaba a los necesitados, se extendió a lo largo y ancho de la Villa y Corte.
Las gentes humildes se acercaban a su sencilla morada para pedirle su intercesión, para recibir consuelo con sus palabras, para encontrar en aquella mujer un ejemplo de vida piadosa.
Años después, el 4 de abril de 1613, se convertía en Mariana de Jesús, al tomar el hábito de terciaria de la Orden de la Merced. Mariana se impuso durante años una rígida penitencia que la llevó a experimentar éxtasis y visiones de Cristo y de María. Su fama fue creciendo por toda la ciudad y empezó a ser conocida con apodos como la “Santa de Madrid” o “Beata del pueblo”. Fama que llegó hasta palacio, desde donde la reina Isabel de Borbón mandó llamarla para escuchar sus palabras, forjándose entre ellas una estrecha amistad.
El 17 de abril de 1624, una afección pulmonar terminaba con su vida antes de cumplir los sesenta años de edad. La fama que había tenido en vida no murió con ella. Conocida entonces como santa, su proceso de beatificación se inició pocos meses después gracias al apoyo no solo del pueblo, también del rey Felipe IV, que fue un gran devoto de Mariana. Tal era la fama de Mariana de Jesús que pocos años después de su muerte se erigió una estatua en su honor en la antigua Puerta de Alcalá (hoy desaparecida).
Enterrada en el convento mercedario donde había vivido, tres años después de su muerte, se abrió el sepulcro y descubrieron el cuerpo incorrupto exhalando un aroma extraño. Según cuentan las leyendas de la época, su rostro estaba deformado, posiblemente a consecuencia de las máscaras mortuorias que se realizaron tras su muerte y que estropearon su rostro, hecho que probablemente alimentaría las historias acerca de la supuesta deformación de su rostro para librarse de un matrimonio no deseado.
En la actualidad, su cara no se puede contemplar, pero sí su cuerpo. Al menos una vez al año. Su cuerpo había sido trasladado desde Santa Bárbara a la iglesia del convento de don Juan de Alarcón donde fue enterrada bajo un sepulcro que la propia reina Isabel II había mandado construir para ella.
Es aquí donde cada año, el día del aniversario de su muerte, miles de personas se agolpan en la iglesia para contemplar su cuerpo incorrupto. Los miembros de la Asociación de Amigos de Mariana de Jesús, inspirados en la labor de la beata, ayudan cada año a personas necesitadas de la capital.
El 18 de enero de 1783 el Papa Pío VI la declaraba beata. El pueblo de Madrid continuaba sintiendo tanta devoción por Mariana de Jesús que la eligió como copatrona de la ciudad junto a San Isidro.