Nos vamos y todo se queda allí. Los planes a largo plazo, los deberes, las deudas bancarias y las cuotas del coche. Sí, ese coche nuevo que compraste solo para tener estatus.
Nos vamos, sin siquiera, guardar la comida en la nevera. Todo se pudre. ¿La ropa? La colgada se queda en el tendedero.
Nos vamos y toda la importancia que creíamos tener se disuelve. La vida continúa, la gente lo supera y sigue como si nada.
Todos los grandes problemas que creíamos tener se convierten en un enorme vacío cuando nos vamos. Ya no hay problemas.
Todo sigue igual
Los problemas viven dentro de nosotros, y tienen la energía que ponemos en ellos.
Nos vamos y el mundo sigue siendo un caos. Como si nuestra ausencia o nuestra presencia no supusiera la menor diferencia. Y, en realidad, tal vez no sea así.
Somos pequeños, pero prepotentes. Olvidamos que la muerte está al acecho.
¡Nos vamos! Así es: parpadeas y ya no estamos aquí. La vida se ha ido.
Nos vamos y nos sustituyen en el puesto que ocupábamos en una empresa. Cosas que ni siquiera nos prestaron se van al garete. Cuando menos te lo esperas, nos hemos ido.
De hecho, ¿quién espera morir? Si esperáramos morir, quizá viviríamos mucho mejor.
Quizá...
Quizá nos pondríamos nuestra mejor ropa hoy, quizá comeríamos el postre antes de comer. Quizá nos daríamos cuenta -quién sabe- de que no merece la pena enfadarse por cosas tan triviales, y quizá empezaríamos a respetar más a la gente.
El tiempo vuela, y desde el momento en que nacemos, iniciamos un viaje rápido que está destinado a terminar.
Y todavía hay quien vive con prisas, sin darse el regalo de notar que cada día más es un día menos. Porque nos vamos. Y tú, ¿qué haces con el tiempo que te queda?
Que cada día seamos mejores y sepamos reconocer lo que de verdad importa durante nuestro tiempo en esta tierra.
Porque nos vamos.