Puede ser tentador pensar que los sacerdotes son los que realizan un milagro en cada Misa, transformando el pan y el vino en el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Jesús. Sin embargo, no es el sacerdote quien posee este extraordinario poder.
Dios es el hacedor de milagros
El sacerdote es técnicamente solo un instrumento a través del cual Dios ejerce su poder.
El Catecismo de la Iglesia Católica lo deja bien claro:
"Es por la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo que Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para realizar esta conversión. Así declara san Juan Crisóstomo:
'No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas'".
San Ambrosio dice palabras similares, afirmando el papel de Cristo en la conversión:
"Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada (...) La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela".
Ciertamente, Dios ha elegido a los sacerdotes como sus canales privilegiados de la gracia divina, pero el sacerdote nunca debe pensar que es él quien tiene poder sobre la creación.
Solo a través de las palabras de Jesús, el simple pan y el vino pueden convertirse en su cuerpo y su sangre.