Santa Mónica es famosa por las lágrimas que derramó por la salvación de su hijo, Agustín. Se considera que sus oraciones y su ejemplo desempeñaron un papel fundamental en su conversión.
Esto le ha valido el patronazgo general de todas las madres, pero la santa llega aún más lejos.
Santa Mónica también fue una devota abuela
Durante sus años paganos, Agustín tuvo una concubina con la que tuvo un hijo llamado Adeodato. El hijo permaneció bajo la custodia de Agustín y ambos vivieron con Mónica. De hecho, ambos se bautizaron juntos, según narra san Agustín en sus Confesiones.
"Juntamos también con nosotros al joven Adeodato, que era mi hijo natural, fruto de mi pecado; pero Vos, Señor le dotasteis de unas cualidades muy buenas y excelentes. Aún no tenía quince años, y ya se aventajaba en el ingenio a otros muchos que por la edad y literatura pasaban por hombres graves y doctos. Dones son y beneficios vuestros estos que os confieso, Dios y Señor mío, Creador de todas las cosas, que sois poderosísimo para reformar nuestras deformidades, pues yo en aquel muchacho no tenía otra cosa mía sino el pecado. Porque el que yo le crease, enseñándole vuestro temor y doctrina, Vos, Señor, me lo inspirasteis y no otro alguno: conque dones son y beneficios vuestros estos que os confieso. (…) Juntamos, pues, a Adeodato con nosotros, para que en la vida de la gracia fuese nuestro coetáneo y para continuar educándole con arreglo a vuestra ley y doctrina. Finalmente recibimos el Bautismo; y luego al punto se nos quitó aquel cuidado en que nos tenía la memoria de nuestra vida pasada".
Un gran ejemplo
Aunque Adeodato falleció con 16 años, vivió lo suficiente como para ser testigo de la muerte de su abuela, Mónica.
"Al mismo tiempo que yo cerraba sus ojos al cadáver [de Mónica], se iba apoderando de mi corazón una tristeza grande, que iba a resolverse en lágrimas; pero mis ojos, obedeciendo al violento imperio del alma absorbían toda la corriente de su llanto, de modo que pareciesen enjutos; y en esta repugnancia que hacía el desahogo del llanto, tenía que vencer y que padecer mucho. El joven Adeodato, luego que mi madre dio el último aliento, comenzó a llorar a gritos, pero a persuasión de todos nosotros se sosegó y calló".
Santa Mónica tuvo un profundo impacto no solo en su hijo, sino también en su nieto. De este modo, santa Mónica es un gran ejemplo tanto para todas las madres como para las abuelas.