El Espíritu Santo es quien anima nuestra vida. Él es quien clama en nuestro interior al Padre y el que nos enseña a imitar al Hijo.
Para poder recibirlo en nuestra vida, debemos favorecer estas prácticas:
1La alabanza y la gratitud
Quizá, lo que nos impide recibir de Dios gracias más abundantes es simplemente no reconocer las que nos ha concedido y no agradecérselas.
No hay duda de que si damos gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia recibida, Él nos concederá aún más.
Santa Teresa de Lisieux nos dice:
Lo que más atrae las gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un bien, se conmueve y se apresura a concedernos diez más, y si se las agradecemos con la misma efusión ¡qué incalculable multiplicación de gracias! Yo tengo la experiencia, inténtalo y lo verás. Mi gratitud por todo lo que me da no tiene límites, y se lo demuestro de mil maneras.
La alabanza purifica el corazón y lo dispone a recibir la gracia y las mociones del Espíritu Santo.
Esta debería ser una de las peticiones que dirigimos al Espíritu Santo con mayor frecuencia: que nos ilumine en todas nuestras decisiones, y que no permita que descuidemos ninguna de sus inspiraciones.
Debemos pedir esto en todas las circunstancias de nuestra vida. En momentos especiales, ante decisiones importantes, cuando estemos bien, o cuando nuestra vida con el Señor se estanque.
2Estar decididos a no negar nada a Dios
Que haya en nosotros una firme y constante determinación de hacer lo que Dios nos pide en todas las cosas, grandes o pequeñas.
Por nuestra fragilidad es evidente que no seremos capaces de obedecer en todo a Dios, pero podemos estar firmemente decididos, y gracias a la oración fortalecer el propósito de no descuidar ninguno de los deseos que Dios tiene para nuestra vida.
Es importante no permitir que el demonio se valga de estos esfuerzos para turbarnos con inquietudes o para descorazonarnos cuando caemos.
3Vivir una obediencia filial y confiada
Si estamos atentos a obedecer a las mociones del Espíritu, estas serán más numerosas, o en todo caso, las distinguiremos como mayor claridad. Y al contrario, si somos negligentes, nos será más difícil escucharlas y seguirlas.
Estaremos más atentos a las nuevas inspiraciones del Espíritu siempre que nos vea más fieles en el cumplimiento de su voluntad en: nuestro amor, los mandamientos, las enseñanzas de la Iglesia, las exigencias propias de nuestra vocación, de nuestra vida profesional, etc.
También es muy impotante aceptar por amor de Dios todas las ocasiones legítimas que se nos ofrecen para vivir la obediencia en nuestra vida. Si no estoy dispuesto a renunciar a mi propia voluntad (mis ideas, mis gustos, mis aficiones) frente a los hombres, ¿qué me garantiza que seré capaz cuando Dios me lo pida?
4Vivir el abandono
Los sucesos de la vida son la expresión más segura de la voluntad de Dios, porque no corren el riesgo de una interpretación subjetiva.
Si Dios nos ve dóciles a los acontecimientos, capaces de aceptar serena y amorosamente lo que nos "imponen" las circunstancias de la vida con un espíritu de confianza filial, no habrá duda de que hablará a nuestro corazón a través de su Espíritu.
Y al contrario, si persistimos en rebelarnos y endurecernos ante las contrariedades, esta desconfianza no permitirá que el Espíritu Santo guíe nuestra vida.
Lo que nos impide hacernos santos es nuestra dificultad para aceptar plenamente todo lo que nos sucede.
Santa Teresita decía: "Quiero todo lo que me contraría". Exteriormente esto no cambia en nada la situación, pero interiormente lo cambia todo: esa aceptación, inspirada por el amor nos hace libres y permite a Dios sacar un bien de todo lo que nos sucede, tanto de lo bueno como de lo malo.
Acá te dejamos los dos artículos anteriores de nuestra serie: