Hay algo muy hermoso en esas películas que empiezan tal y como acaban: los planos de inicio y cierre suelen ser casi idénticos, pero los personajes, entre medias, han recorrido un camino que les ha cambiado. Ya no son las mismas personas. El viaje, el fragor de la batalla y los trabajos de la vida les han hecho transformarse. El camino puede ser físico o interior. Pensemos, por ejemplo, en la estructura circular de 1917, Perdida, Sin perdón o Todo en un día. También sucede en el largometraje que hoy nos ocupa: El suplente, disponible en Netflix.
Tras el prólogo, el profesor Lucio (interpretado por Juan Minujín con mucha solvencia) entra en el aula para afrontar su primer día de clase y pregunta a los adolescentes bravos y rebeldes de un colegio de barrio marginal en Buenos Aires: “¿Alguien me puede decir para qué sirve la literatura?”. Entre todas las respuestas disparatadas, uno de los muchachos dice: “No sirve para nada”. Lucio asiente: sí, en realidad no sirve para nada. No tiene ninguna utilidad, “en términos prácticos es completamente prescindible”. Pero la poesía y la literatura nos ayudan. A partir de entonces tratará de hacerles entender que algo, aunque no sirva o no se entienda siempre (como la poesía), es necesario en nuestras vidas.
Al final del filme y del curso se cierra la estructura circular. Lucio les habla del alma, algo que es intangible, invisible, no localizable en el cuerpo y carente de certeza científica. Luego les pregunta: “¿Alguien me puede decir si el alma sirve para algo?”. Un alumno responde: “No sirve para nada”. Pero es entonces cuando los muchachos lo comprenden, gracias a ese paralelismo entre alma y literatura, entre dos cosas que no se ven, pero no significa que no existan o no sean importantes. Igual que la fe y el alma, la literatura es algo en lo que hay que creer.
Dirigida por el argentino Diego Lerman, El suplente se inscribe en la categoría de películas sobre profesores y maestros enfrentados a clases donde imperan la marginación y la violencia o, como en el caso que nos ocupa, la desidia y el menudeo de droga. Películas como Rebelión en las aulas, El rector, Mentes peligrosas, El sustituto o Diarios de la calle, por citar algunas.
Cuando Lucio, que hizo sus tentativas como escritor publicando una novela y que acaba de presentar un poemario ante un reducido grupo de asistentes, acepta encargarse de la suplencia en un instituto y tiene que lidiar con la apatía de los chavales. Algo que está muy presente en estos tiempos y que más de un profesor suele afirmar: en general los alumnos están desencantados, no muestran interés, no parece importarles nada.
Lucio se arma de paciencia y no se limita a dar clase, y he aquí una de las virtudes del filme: como si fuera una versión paralela del profesor Keating (El club de los poetas muertos), se involucra en los asuntos de los alumnos. Su docencia va más allá del centro educativo porque las vidas importan. Trata de conversar con los muchachos y entenderlos. En el caso de uno de ellos, Dylan, el profesor incluso merodea por el territorio en el que se mueve éste porque sabe que se relaciona con un capo al que llaman Perro Olmos.
Cine, valores y educación
Al margen de sus vicisitudes docentes, a Lucio le vemos relacionarse como padre y como hijo en el ámbito familiar. Como padre de Sol (Renata Lerman), una niña de 12 años que comienza a notar síntomas de independencia. Como hijo del Chileno (Alfredo Castro), un hombre que trata de alimentar a los desfavorecidos abriendo un comedor social y que pronuncia la frase clave de la película: “Nadie se salva solo”.
Estamos ante un filme en el que se apuesta por el valor de lo educativo, de la familia y de la comunicación. De hecho, El suplente fue candidata al Premio Cine y Educación en Valores en la X edición de los Premios Platino del Cine Iberoamericano.
En una entrevista concedida a Belén Prieto para el diario El Español, Diego Lerman afirmaba que “La educación es una fe en el futuro, en formarse para adquirir herramientas para algo que va a venir después”. Se trata de eso, y es en lo que Lucio se esfuerza aunque al principio le salgan con burlas y desgana: en construir algo juntos, para que los chicos aprendan y se motiven.
Quizá no sea una película redonda (se echan en falta un clímax contundente y más enseñanzas sobre cómo el profesor les va contagiando el interés por lo literario), pero es adecuada para estos tiempos. Y a muchos nos recuerda a ese profesor o profesora que, sin duda, fue esencial en nuestras vidas, en nuestra formación.