Cuando han transcurrido alrededor de diez minutos de metraje, Emily Brontë (Emma Mackey) asiste a la primera prédica de William Weightman (Oliver Jackson-Cohen), un hombre recién llegado a la iglesia de Haworth para ejercer como coadjutor del reverendo Patrick (Adrian Dunbar), padre de los Brontë.
Al primero se le ocurre hablar de cómo la lluvia le ayuda en los momentos de soledad al creer que el resto de habitantes de la misma localidad, tristes y solitarios, como él, estarán escuchando el sonido del agua. "El Señor habita en la lluvia. El Señor habita en nosotros", dice. En esos minutos parece que Emily ya se ha prendado de él. Cuando sean presentados, la futura escritora le planteará una pregunta en la que anida la duda. Weightman no se lo toma mal. Y a Emily, a pesar de eso, la veremos durante gran parte de la película moviéndose solo por tres escenarios: la casa, el páramo y la parroquia.
Emily supone el debut tras las cámaras de la actriz británica Frances O’Connor, a la que los espectadores quizá recuerden por sus papeles en Mansfield Park y A. I. Inteligencia Artificial. Educada en una escuela católica femenina de Australia, fue allí, en torno a los 15 años de edad, cuando leyó la obra maestra que ensalzaría para siempre a Emily Brontë: Cumbres Borrascosas. Con el tiempo, O’Connor, fascinada por el libro, se preguntaría cómo, de una vida en teoría tan misántropa y carente de amores, pudo salir una historia tan pasional.
Por este motivo hay que tener en cuenta que no estamos ante un biopic al uso, sino ante un retrato ficticio, idealizado e incluso especulativo, aunque toma muchos elementos de la historia real en su reconstrucción de la vida en Yorkshire.
"Ficticio" porque imagina que Emily podría haber mantenido amores con el reverendo Weightman (de quien llegó a especularse que tuvo un enredo con Anne Brontë, autora de Agnes Grey) y cómo éste, devorado por la culpa porque era un "cristiano y miembro del clero" al que Dios no perdonará, pone fin al romance.
"Idealizado" porque muestra algunas soluciones narrativas que enfurecerán a los puristas, como ese plano en el que vemos la edición de Cumbres Borrascosas con su nombre verdadero: en realidad, las Brontë publicaron sus libros con seudónimos masculinos.
“Especulativo” porque la semilla del guion consiste en creer que la escritura de esa novela solo pudo nacer tras el dolor y la experiencia, tras "vivir y equivocarse", como le enseña su hermana Charlotte, autora de Jane Eyre.
Un personaje que oscila entre las convenciones y el ansia de libertad
Pero no nos equivoquemos: con ese retrato imaginario y especulativo Frances O’Connor ha conseguido rodar una buena película, en la línea de otros biopics que ponen en juego la imaginación y se desvían un poco de los hechos, caso de Rocketman (y Elton John), Last Days (y Kurt Cobain), Adiós, Christopher Robin (y A. A. Milne) o Loving Vincent (y Van Gogh), por citar algunas.
O’Connor es capaz de seducirnos con un personaje grandioso, que oscila siempre entre polos opuestos: su misantropía y sus ganas de pasión, su fe y sus dudas, su acatamiento de las normas propias de las mujeres de aquel tiempo y sus ganas de gritar que necesita libertad de pensamiento, su necesidad de escribir y su negativa a seguir haciéndolo. Ella misma se denomina, en el filme, "un pez raro".
Algunos de los momentos más significativos transcurren cuando la poeta en ciernes habla con su hermano Branwell y con el reverendo Weightman. Conversan sobre la fe ciega y sobre poesía, citan a Shelley hablando de Dios y se permiten escapar un poco de los rígidos protocolos de la época. O’Connor, así, logra transmitirnos la esencia de Cumbres Borrascosas mediante la pasión de su autora y el dolor y la complejidad de "amar y ser amada". De fondo, la poderosa y sensual música compuesta por Abel Korzeniowski.