Este año, en San Valentín, no habrá corazones rojos gigantes llenos de caramelos o chocolates ni habrá lujosas cenas en pareja. Este año el día conocido por el romanticismo y las cenas exquisitas, las flores y el chocolate será celebrado por los católicos de todo el mundo con ayuno, penitencia y ceniza.
Es posible que parezca, entonces, que las celebraciones románticas serán arruinadas u opacadas, ¡pero todo lo contrario!
El matrimonio no es solo sentimientos efusivos y atracción física. No es sobre ir a cenar y rosas rojas y otros obsequios; en el matrimonio hay mucho de eso algunas veces, pero no todo el tiempo. El romance es mucho, mucho más profundo. Llega al núcleo de lo que somos y se convierte en un don total de nosotros mismos.
Romance = deseo
El romance es deseo. Queremos a esa otra persona en nuestra vida. Yo quiero estar cerca de mi mujer y verla sonreír, criar hijos con ella y envejecer con ella. Pero si mi deseo se queda en el nivel superficial de solo desearla por lo que ella me puede dar, si solo deseo esa chispa o romance a cada instante de cada día, entonces nuestro amor realmente no es romance. Es egoísmo.
El verdadero deseo es como una herida en el corazón. Busca al amado y se vacía por completo por el otro. El deseo romántico es el deseo de hacer feliz a mi esposa y serle fiel sin importar si tengo ganas o no en un momento dado.
Esto incluye el ayuno, la penitencia y la ceniza. Cada día, como marido, aprendo a ayunar de mis hábitos perezosos y egoístas. El trabajo de mi vida es abstenerme cada vez más de los vicios y convertirme en la mejor versión de mí mismo. Este yo es el mejor regalo que puedo hacer a mi mujer.
La penitencia, con la que me refiero a la decisión de curar activamente el daño que he hecho a nuestra relación, se logra desarrollando un carácter más virtuoso. Esto también es un regalo. Así demuestro a mi mujer que la quiero y que no doy por sentada nuestra relación.
Luego, por supuesto, están las cenizas. Cada momento que comparto con mi mujer es precioso, el vínculo es tan fuerte que se promete hasta la muerte. No hay nada más romántico que el compromiso total ante nuestra segura mortalidad, la manera temeraria que tenemos los seres humanos de arriesgarlo todo por nuestra amada.
Cómo san Valentín se convirtió en santo
Pensemos en la vida de san Valentín. Fue un sacerdote que vivió unos 200 años después de Cristo, en el Imperio Romano. En aquella época, el emperador Claudio prohibió que las parejas se casaran ante un sacerdote católico. Intentaba destruir las bases del matrimonio cristiano con la esperanza de que la gente abandonara la fe y volviera a los cultos paganos romanos. Valentín ignoró discretamente al emperador y siguió ayudando a las parejas a casarse. Así es como, en primer lugar, se le asoció con el amor romántico.
Finalmente, fue capturado y arrestado por el delito de presenciar matrimonios. Valentín fue encarcelado y condenado a muerte. Allí se enteró de que su carcelero tenía una hija ciega. La noche antes de morir, le escribió una nota en la que le decía cuánto la amaba Dios. ¿Pero cómo podía ella leer la nota? Era ciega.
Al día siguiente, cuando san Valentín fue martirizado (de ahí que el color rojo se asocie a su fiesta), la hija del carcelero se curó y pudo ver. Leyó la nota de amor, que estaba firmada al final: "De tu Valentín".
Esta es la profundización del amor romántico; la segunda razón por la que se asocia a San Valentín con el amor romántico. Su vida y sus palabras son un reflejo de la entrega total de Cristo por su Iglesia.
El amor romántico de Dios por nosotros
El amor de Dios por nosotros, hablando metafóricamente, es romántico. Desea amarnos como un novio desea a su novia. El romanticismo de su amor divino es total, tan fuerte que da su vida por nosotros, se derrama en ayunos y cenizas. San Valentín comparte ese amor, sacrificándose al servicio de las personas bajo su cuidado sacerdotal. Deseaba vivamente ayudarles a alcanzar la felicidad. Que el amor entre los esposos sea tan fuerte.
El Miércoles de Ceniza es el modelo del amor romántico. Quizá por eso G.K. Chesterton llama al cristianismo una aventura romántica y arremolinada, animada por la creencia de que todas las cosas están animadas por el amor. Quizá por eso, en sus cartas, Tolkien llama al Santísimo Sacramento la única gran cosa que amar en esta tierra, que contiene "romance, gloria, honor, fidelidad". Ese amor no se queda dentro de la Iglesia. Se derrama y se convierte, como dice Tolkien a su hijo, Christopher, en "el verdadero camino de todos tus amores en la tierra". El romance divino nos ayuda en todas nuestras demás relaciones, aportándoles "perdurabilidad eterna".
La nota que Valentín firmó para la hija de su carcelero, la que le aseguraba el amor de Dios, fue la culminación de un amor tan perfecto e implacable que transfiguró su vida. A través del amor de Dios por él, fue capaz de convertirse él también en una nota de San Valentín viviente, un romance al que entregó su corazón y su alma.