"El diablo está en los detalles", como dice el refrán. Incluso en la liturgia, durante la cual el objeto más pequeño -como es el caso de la palia- debe ser adecuado para su uso sagrado, ya que se trata de permitir que el sacrificio de Cristo, muerto y resucitado por la salvación del mundo, cobre vida, aunque sea de forma muy material.
Porque todos los elementos que intervienen tienen su importancia. Y en este caso, los manteles del altar no son una excepción a esta regla, sobre todo porque se utilizan en el corazón de la Misa.
En el altar, se utilizan varios paños para el ofertorio, la consagración y la purificación. La palia, el manutergio, el purificador o el corporal, en diversos grados, protegen o tocan las especies sagradas y dan testimonio del respeto debido al Cuerpo y la Sangre del Señor.
Este respeto explica que no se laven hasta que hayan estado en remojo durante algún tiempo para disolver cualquier rastro de la presencia real de Jesús.
¿De dónde viene el nombre?
El nombre "palia" procede del latín "palla", que significa "manto", "bufanda" o "colgadura".
¿Para qué sirve?
Para evitar que las moscas y el polvo caigan en el vino y luego en la Sangre de Cristo, la palia cubre el cáliz mientras está fuera de su estuche para la liturgia. La preocupación de que ninguna partícula se mezcle con el vino viene de lejos, pero el uso de la palia tal como lo conocemos hoy se remonta al siglo XV, con el deseo de mostrar la "copa de salvación" que es el cáliz.
¿Cómo se reconoce?
La palia es un cuadrado de 15 a 20 cm y se reconoce por su rigidez. Suele ser de cartón recubierto de tela bordada o pintada con símbolos eucarísticos y una cruz. Se coloca sobre el cáliz y el purificador, que será utilizado durante la consagración del pan y del vino.