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Jesús dejó impresa su cruz en el corazón de este santa

Santa Juliana Falconieri recibió la cruz de Jesús estampada en su pecho
Larry Peterson - publicado el 18/06/24
Juliana Falconieri, que dejó atrás la vida de la nobleza para servir a sus hermanas y a Nuestra Señora de los Dolores, fue también muy amada por Jesús

Sus padres pertenecían a la estimada casa de Falconieri y gozaban de gran prestigio. Habían esperado y rezado mucho tiempo a Jesús por un hijo y, finalmente, en 1270, sus plegarias fueron escuchadas. Fueron bendecidos con una hija a la que llamaron Juliana

Juliana mostró inusuales tendencias espirituales muy pronto en su vida. Siendo apenas una niña, comenzó a pronunciar los nombres de Jesús y María; muchos lo consideraron un signo de su futura santidad.

Sobrina de un fundador servita

El tío de Juliana, Alexis Falconieri, fue uno de los siete fundadores de la Orden Servita. Era su instructor y mentor y le había dicho a la madre de Juliana que no había dado a luz a una doncella mortal, sino a un ángel. Bajo su influencia, Juliana decidió -muy joven- seguir la vida consagrada.

Tras la muerte de su padre recibió el hábito de la Tercera Orden de los Servitas de manos de Felipe Benizi, que era Prior General de la Orden. Solo tenía 15 años, por lo que permaneció en casa siguiendo la Regla que le había dado el prior Benizi. La Regla modificada establecía que Juliana permanecería allí hasta morir su madre.

Primer convento de hermanas servitas

En 1305, tras la muerte de su madre, Juliana y varias compañeras se mudaron a una casa propia. Estaba situada en el Palacio Grifoni de Florencia, y este fue el primer convento de las Hermanas de la Tercera Orden de los Servitas.

La principal devoción de las Servitas era Nuestra Señora de los Dolores y la principal actividad era el cuidado de los enfermos. Juliana fue nombrada Madre Superiora y desempeñaría ese cargo durante el resto de su vida.

Juliana, que padecía problemas gástricos crónicos, siempre fue una servidora para sus Hermanas. Aunque sufría la mayor parte del tiempo, Juliana trabajaba incansablemente para convertir a los pecadores, reconciliar a los enemigos y curar a los enfermos. A menudo se la veía profundamente arrebatada por el éxtasis, y a veces el éxtasis duraba todo el día.

Humilde servidora

En el convento, realizaba las tareas más humildes, como fregar el suelo, remendar la ropa y preparar la comida. Fue un ejemplo para sus seguidoras, practicando en todo momento las virtudes de la caridad, castidad, mortificación y penitencia.

La leyenda dice que era tan elevada espiritualmente que nunca se miraba en un espejo, temblaba cuando se mencionaba el pecado y se desmayaba con frecuencia al oír chismes escandalosos.

Aunque era muy dura consigo misma, siempre se mostraba amable y cariñosa con los demás. Otras jóvenes de Florencia oyeron hablar de esta santa monja y comenzaron a unirse a la comunidad. La orden creció rápidamente.

Su gran amor a la Eucaristía

Madre Juliana estaba tan llena de fe y amor, especialmente por Cristo en la Sagrada Eucaristía, que dejaba que el duro suelo de madera fuera su cama y solo dormía dos o tres horas por noche. El resto de la noche lo pasaba rezando.

Todos los sábados ayunaba a pan y agua. Dos días a la semana, solo tomaba un poco de agua porque iba a comulgar. El resto de los días tomaba algo de comida, pero muy poca y solo lo más básico disponible; todo lo demás se negaba a tocarlo.

El ayuno personal y el sacrificio de toda la vida de la madre Juliana le pasaron factura. Estaba tan enferma que, mientras yacía en su lecho de muerte, no podía recibir la Sagrada Comunión. Pidió al sacerdote que extendiera un corporal sobre su pecho y depositara sobre él la Hostia. Poco después, la Hostia desapareció y Juliana murió.

El Amor de Jesús por Juliana

Cuando las hermanas fueron a lavar su cuerpo, descubrieron la huella de la cruz en su corazón; era la misma que estaba en la Hostia. La fecha era el 19 de junio de 1341. Su inigualable devoción a Cristo en la Eucaristía le valió el título de Santa de la Sagrada Eucaristía.

Sin embargo, no hay que confundirla con otra Juliana, que contribuyó decisivamente a promover la fiesta del Corpus Christi: Juliana de Lieja.

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