Recientemente se han estrenado dos películas de producción norteamericana, una en cines y la otra en streaming, que comparten ciertos paralelismos e idéntico subtexto: el esfuerzo de alguien que se arrepiente de su pasado e intenta cambiar y corregir su rumbo mientras ayuda a otra persona como método de redención y consecuencia del arrepentimiento. Esta semana y la próxima hablaremos de ambas. Se trata de Desperation Road y de En tierra de santos y pecadores.
Hoy nos ceñimos a la primera. Desperation Road está dirigida por la cineasta Nadine Crocker y cuenta con un reparto encabezado por Garrett Hedlund, Willa Fitzgerald y Mel Gibson en uno de esos papeles breves y secundarios en los que tanto se ha especializado en los últimos tiempos. Como curiosidad, en la película también interviene la actriz chileno-española Paulina Gálvez.
Basada en la novela de Michael Farris Smith, en ella Hedlund interpreta a Russell, un hombre recién salido de la cárcel. Lo condenaron por atropellar a una persona cuando iba conduciendo borracho. Así que Russell sale de prisión, vuelve a su localidad sureña, donde vive su padre (interpretado por Gibson), y trata de rehacer su vida. Cuando aquella persona murió en la carretera, junto a ella estaba su novia, Maben (Fitzgerald). Han transcurrido unos años y Maben tiene una hija, fruto de aquella relación, y se ha metido en problemas sin pretenderlo.
Es entonces cuando Maben y Russell cruzan sus caminos. Él hará lo que pueda por ayudarla. Así se lo dice a su madre muerta en una especie de plegaria: “Hola, mamá. Ya estoy en casa. Ahora mismo estoy haciendo algo que creo que es lo correcto. Estoy ayudando a alguien. Sé que me estarás cuidando. Intentaré hacerlo mejor, por ti. Como sea, sólo quería decirte que te quiero. Te quiero más que a nada”.
Desperation Road es una película atípica. Para empezar, es uno de los filmes más decentes (o, al menos, correctos) en los que ha participado Mel Gibson en estos últimos años de exceso de trabajo y papeles breves. A pesar de ser un noir sureño con tensiones y rivalidades entre los personajes, prácticamente carece de acción: quienes esperen una ración de tiroteos y puñetazos, se decepcionarán (aunque sí hay alguna pequeña dosis).
Este género suele estar dominado por cineastas varones, y aquí se encarga una mujer de la dirección. Quizá por eso el filme se centra más en los personajes, en su dolor y en sus motivaciones, que en el ejercicio de la violencia.
Redención y toques religiosos
Al igual que, como veremos la próxima semana, en la película En tierra de santos y pecadores, aquí la religión ocupa un papel pequeñito pero importante.
En una de las escenas en las que Hedlund habla con Gibson y mencionan a la madre, que murió mientras el muchacho estaba entre rejas, el padre le cuenta que ha rehecho su vida junto a Consuela, una mujer hispana con la que, por las noches, se sienta en el porche para leer juntos La Biblia y, de paso, ayudarla con el inglés. Gibson le recuerda a su hijo que, de pequeño, le gustaba escuchar historias bíblicas. Pero en la cárcel Russell ha perdido su fe al estar rodeado de criminales: dice que parece no importar lo que un hombre haya hecho mientras pronuncie “las palabras mágicas”. Gibson/Mitchell responde: “Las palabras tienen poder, si las dices en serio. Y no importa lo que tú y yo pensemos que es justo. El buen libro... me dice que la puerta siempre estará abierta”.
Russell insiste en que no le ha mostrado arrepentimiento a nadie, y por eso necesita el perdón. ¿Pero el perdón de quién? Mitchell contesta: “Hijo, estás siendo muy duro contigo mismo. Tengo que creer que podemos ser perdonados. Porque si no podemos, entonces estamos todos jodidos”.
Cuando Russell regresa a la casa familiar, mientras camina por el amplio jardín de la propiedad se fija en la escultura de una Virgen. Se detiene a mirarla. No dice nada ni nadie comenta nada al respecto, pero en seguida intuimos que es cosa de Mitchell y su vena católica. Esta escultura volverá a salir en la escena final, cuando uno de los personajes hable de su situación, dando un mensaje de esperanza al que añade: “Quizá sí existan los milagros”.
El camino de redención de Russell, por tanto, pasa por cambiar una vida (o dos vidas, en este caso, pues Maben tiene una hija), echar una mano dentro de sus posibilidades y mostrarse arrepentido y pedir el perdón que necesita.