Comienza el Adviento y en varias partes del mundo también comienza el frío. Es una época del año en la que los árboles se secan y los colores se desvanecen. Una estación silenciosa, desierta y oscura que hace que para muchos sea un desafío mantenerse positivo y animado o incluso plantearse un encuentro con Dios. Y es que esas emociones alegres que nos llegan con más facilidad en el verano o la primavera, ya no están.
Sin embargo, el invierno siempre ha sido una época muy especial para los cristianos. De hecho la Iglesia, abrazando los ritmos de la naturaleza, siempre nos ha invitado a vivir un encuentro con Dios en todo tiempo y lugar. En este sentido, el invierno nos propone una manera concreta de vivir nuestra espiritualidad con gran significado.
La vida de algunos santos que se celebran en esta temporada nos pueden ayudar a abrazar esta época del año como una oportunidad para hacer brillar la luz en la oscuridad, elevar una voz en el silencio, responder con amor a las necesidades que nos rodean y vivir con mayor recogimiento nuestra preparación para la Navidad. Y tú, ¿cómo vives la espiritualidad del invierno?
Llevar luz con la mirada de la fe
Santa Lucía es una mártir cristiana cuyo nombre significa luz. Consagró su virginidad a Cristo y por su fe, fue decapitada. En la iconografía se la suele representar cargando sus ojos en una bandeja. No sabemos si al momento de su muerte se los habían quitado o ha sido parte de la historia que se ha relatado, pero este símbolo nos aporta un gran significado para esta época del año. No es casual que su fiesta sea el 13 de diciembre al comienzo del invierno.
La figura de Santa Lucía nos incentiva a tener un tipo de mirada que aspira a ver más allá de lo que nuestros ojos físicos pueden apreciar. Y eso es posible gracias a la luz de la fe, una luz que es poderosamente brillante en medio de la oscuridad. El invierno es una época ideal para pulir ese tipo de mirada porque la mirada puesta en las cosas de Dios es lo que nos permite descubrir mucho más de lo que se nos presenta a primera vista.
Al principio solo por la fe sabemos que Dios está aunque no lo vemos y luego con esa fe somos capaces de reconocerlo en los detalles más pequeños de nuestro día. De repente la nieve se convierte en un sendero brillante, los cielos grises nos resaltan otras figuras del paisaje y las casas o las calles decoradas con luces de colores nos marcan otro camino.
Ante los días sombríos del invierno, podemos llevar luz de múltiples maneras para iluminar nuestro entorno. Hay mucha gente que necesita renovar su fe, encender una luz de esperanza y descubrir la gracia oculta en momentos difíciles donde todo parece oscuro.
Vivir la caridad cristiana con los más necesitados
Otro patrón del otoño-invierno es San Martín de Tours, cuya fiesta es el 11 de noviembre. Este santo fue un soldado convertido que llegó a ser obispo y se hizo conocido por la historia que cuenta que una noche al ver a un mendigo que temblaba por el frío, él mismo le dio su propio abrigo. Jesús se le apareció más tarde diciéndole que él había sido ese mendigo.
Tradicionalmente esta época del año era un tiempo donde llegaban las últimas cosechas y comenzaba un periodo de escasez. Si bien hoy en día tenemos más facilidades para hacerle frente, el invierno nos anima a vivir el ayuno como una disciplina espiritual no solo respecto a los alimentos, sino a todas las cosas que ya no están y añoramos.
Al mismo tiempo, nos ayuda a empatizar con aquellos a quienes les faltan esas cosas porque cuando tenemos frío, pensamos en aquellos que realmente tienen frío. Nos recuerda la necesidad de quienes todavía carecen de comida y refugio o necesitan abrigo, así como también la nuestra de poner en práctica la caridad cristiana a la que nos llama Jesús:
La figura de San Martín de Tours nos recuerda que esta época es un periodo de carencias para muchos y nosotros podemos con un pequeño acto llevar presencia y acogida preparando una bebida o un plato caliente, donando nuestra ropa, visitando a alguien que está solo y revestir el corazón con más calor humano.
Llenarnos de música para el alma
Santa Cecilia es una mártir romana proveniente de una familia noble que falleció luego de ser torturada por su conversión al cristianismo. Su fiesta se celebra el 22 de noviembre y es recordada como patrona de la música, aunque no se sabe exactamente el motivo. Se dice que pudo haber tocado algún instrumento musical o que, según otro relato, “mientras los músicos tocaban en su boda ella cantaba a Dios en su corazón”.
En cualquier caso, la música era un canal de encuentro con Dios para ella. Y es que la música que nos inspira a las cosas grandes como las del cielo, es capaz de levantar nuestro espíritu con gran fuerza. Poner nuestros corazones a cantar es algo que puede ser muy reconfortante.
En el silencio una voz puede cobrar más fuerza o una palabra escucharse más fuerte. En un mundo con tanto ruido, el invierno nos invita a poner una pausa para buscar un silencio que nos permita dejar entrar una nueva melodía en nuestra alma.
Un estudio llevado a cabo por el departamento de Psicología en Coastal Carolina University ha planteado cómo se comporta la música en los diferentes momentos del año y por lo general, el otoño o el invierno son las épocas donde se ven letras más significativas o donde se presentan temas culturalmente importantes en las canciones, a diferencia del verano o la primavera. Cuando los tiempos son más duros, la música parece llenarse de sentido.
Esta época del año nos trae la alegría de las canciones navideñas con los villancicos; melodías que nos pueden inspirar a un encuentro con Dios o a un llamado a recrear unos valores que nos animan a vivir el amor verdadero y la esperanza. Con el ejemplo de Santa Cecilia podemos traer música a nuestra vida, llenarla con ella y llevar un mensaje de paz.
Poner dulzura en la espera
La Santísima Virgen María, bajo la advocación de la "Virgen de la Dulce espera" celebrada el 18 de diciembre, es otra patrona de esta época que con su ejemplo nos enseña a vivir este tiempo como una espera paciente preparando activamente el corazón para recibir a Cristo, más allá de cualquier obstáculo que se presente.
Si miramos a nuestro alrededor, de alguna manera todos estamos esperando algo en un mundo que es una especie de invierno, con la confianza de que la primavera llegará algún día. Todos sabemos que ser perseverantes en la espera puede ser algo muy fortalecedor, pero increíblemente difícil. Lo que importa es saber esperar lo que es importante.
La invitación de María es la de vivir las contrariedades de esta etapa con una dulzura especial abrazando las dificultades, así como ella misma las atravesó. De hecho, María recibió a Jesús en sus brazos con infinita alegría, pero no en las condiciones más cómodas que podríamos imaginar, sino en la pobreza de un establo y en medio de los animales:
María estaba lista para un cambio de planes porque sabía lo que era importante y recibió a Jesús en un humilde pesebre que se transformó en un hogar con todo lo que necesitaba. Reflexiona y pon en tu corazón cada cosa que te cuesta de este invierno que vives y piensa en aquellas maneras que puedes reforzar tus esfuerzos mientras esperas para hacer ese desafío más dulce.
Si hay algo que es tradición en esta época en muchas partes del mundo son los dulces, confites, chocolates, panes o galletas navideñas. Con esa idea en mente recuerda, como María, agregarle ese toque dulce a los momentos amargos que se sienten tan pesados o largos para hacerlos más suaves y amables y anímate a compartirlo con los demás.