Cuando Jesús, el Señor, envió a sus discípulos a su misión evangelizadora no dio un contrato con fecha de terminación de labores, solo les dio un mandato:
Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16, 15-16).
Y en cuanto a la duración de la tarea encomendada, nos podemos dar una idea con lo que dice el evangelio de san Mateo:
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (28, 20).
El mandato es para todo bautizado
Nos damos cuenta de que, si somos bautizados, hemos sido enviados también a difundir las enseñanzas de Jesús; ¿cuándo fue eso? cuando nuestros padres y padrinos aceptaron educarnos en la fe católica.
Y en la Confirmación fuimos nosotros, ya no ellos, los que aceptamos dar testimonio de vida cristiana, lo que conlleva lo mismo que Jesús dijo a los discípulos: enseñar a otros a cumplir lo que Él ha mandado.
Por eso, no podemos quedarnos de brazos cruzados, creyendo que los únicos que deben predicar el Evangelio de palabra y ejemplo son aquellos que presan un servicio en la Iglesia.
Por supuesto, ellos fueron invitados a realizar una actividad, pero es algo que podemos hacer todos: dar catequesis, servir como lectores, apoyar al sacerdote en las necesidades de la parroquia, en fin, quehacer hay mucho.
Nuestra misión principal
Por encima de un servicio, que nos hace miembros activos de nuestra comunidad parroquial y que nos ayuda a sentirnos parte de ella, está lo que pidió Jesús: creer en Él y cumplir con lo que nos manda. Porque de ello depende nuestra entrada al cielo.
Aprender a ser cristianos -en la realidad en la que Dios nos puso y con las personas con las que nos toca convivir- es fundamental. Por eso debemos instruirnos y alimentar nuestra fe con los sacramentos. Adicional, aplica el consejo de san Pablo:
"Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar" (2 Tim 4, 2).
Esto quiere decir que debemos evangelizar siempre y hasta la muerte, por eso no hay jubilación, pues tenemos que cumplir hasta que el Señor vuelva.