Un simple "repostaje" en un aeropuerto de Alaska se convirtió en la encarnación del acercamiento entre la Santa Sede y Estados Unidos: en 1984, año marcado por el tardío establecimiento de plenas relaciones diplomáticas entre la primera potencia mundial y el Estado más pequeño del mundo, la escala de Juan Pablo II en Fairbanks fue un símbolo del buen entendimiento entre el presidente Ronald Reagan y el pontífice polaco, en nombre de la lucha contra el comunismo.
Eran alrededor de las 10 de la mañana del 2 de mayo de 1984 cuando el avión del Papa trotamundos aterrizó en el aeropuerto de Fairbanks, una ciudad de 30 mil habitantes situada al norte del paralelo 64, donde las temperaturas invernales pueden descender hasta los 50 grados bajo cero. Fairbanks -ciudad extrañamente hermanada con… Aix-Les-Bains, en Francia- se había convertido ya en la segunda ciudad de Alaska en recibir la visita de Juan Pablo II, después de Anchorage el 26 de febrero de 1981, esta vez de regreso de otra extensa gira asiática que le había llevado a Pakistán, Filipinas, Guam y Japón.
Una cumbre informal
Fairbanks, una ciudad que tiene la ventaja de estar aislada y ser por tanto fácil de asegurar, será el escenario de una cumbre informal entre los dos hombres más expuestos de la época, que sobrevivieron a sendos intentos de asesinato en 1981 y mantuvieron un largo encuentro al año siguiente en el Vaticano. El vídeo del encuentro en Fairbanks publicado en YouTube por la Fundación Reagan muestra a los dos hombres codo con codo, a pesar de las gélidas temperaturas, en una minitribuna instalada en la pasarela de un avión.
Recién llegado de una gira por China, el presidente norteamericano, que en aquel momento contaba ya 73 años, pintó en su discurso un cuadro entusiasta del Papa Juan Pablo II, describiéndole como "una de las mayores fuerzas morales y espirituales de la humanidad".
"En un mundo violento, Santidad, usted ha sido un ministro de paz y amor. Sus palabras, sus oraciones, su ejemplo han hecho de usted una fuente de consuelo, inspiración y esperanza para aquellos que sufren la opresión o la violencia de la guerra", dijo entonces el Presidente Reagan.
Un acuerdo para cambiar el curso de la historia
Respondiendo en inglés, Juan Pablo II se dirigió a toda la población estadounidense, que seguía su discurso por televisión. "El pueblo de Alaska y el de los Estados Unidos están cerca de mí en mi corazón. No os he olvidado, pues estamos unidos por lazos de amistad, fe y amor", afirmó, poniendo, por unos instantes, este remoto lugar en el centro de la geopolítica mundial. En cierto modo, Alaska puede considerarse hoy una encrucijada del mundo. El Presidente Reagan acaba de regresar de su visita al amado pueblo de China, mientras que yo estoy visitando una región vecina del Extremo Oriente", recuerda Juan Pablo II.
Se había desarrollado una relación de confianza entre el antiguo actor de western y el antiguo cómico de teatro que se convirtió en el jefe de la Iglesia católica, en aquellos asombrosos años ochenta que llevarían al colapso del comunismo. Juan Pablo II volvería a encontrarse con Ronald Reagan tres años más tarde en Miami. Las buenas relaciones entre ambos hombres y su apoyo conjunto al sindicato Solidarnosc en Polonia contribuirían gradualmente a la pérdida de influencia del comunismo y a su paulatino colapso en Europa Central a partir de 1989.
Entre las personalidades que han establecido el vínculo entre el Presidente estadounidense y el Papa figuran el politólogo de origen polaco Zbigniew Brzezinski -un intelectual anticomunista que fue uno de los pocos expertos que trabajó sucesivamente para los Presidentes Carter y Reagan, antes de ponerse al servicio de Barack Obama- y el General Vernon Walters, jefe de la CIA, que describió a la Iglesia católica como "la mejor red de información del mundo".
Nuevas bases con EE.UU.
Esta buena relación con la administración estadounidense de la época se reflejó también en una audiencia concedida por el Papa Francisco a la Primera Dama, Nancy Reagan, el 4 de mayo de 1985, en el marco de su participación en una reunión sobre la lucha contra la droga. Como muestra de un vínculo personal y no solo institucional, fue a ella, y no al entonces presidente George W. Bush, a quien el Papa Juan Pablo II dirigió su mensaje de condolencia tras la muerte de Ronald Reagan, el 5 de junio de 2004.
El día anterior, el recuerdo de la lucha común de ambos líderes contra el comunismo había llevado a George W. Bush, de visita en Roma con motivo del 60 aniversario de la Liberación, a entregar al pontífice polaco la más alta condecoración estadounidense, la Medalla Presidencial de la Libertad. En su discurso, el pontífice polaco, él mismo muy débil, se refirió al final de la vida del ex presidente, que padece la enfermedad de Alzheimer. "Envío mis saludos al presidente Reagan y a la señora Reagan, tan atenta con él en su enfermedad", dijo Juan Pablo II.
Pero esta visita de 2004, veinte años después del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Roma y Washington, fue también la ocasión para Juan Pablo II de reiterar la firme oposición de la Santa Sede a la ofensiva estadounidense lanzada un año antes en Irak, y de pedir un "rápido retorno a la soberanía" en ese país. Su cercanía a Estados Unidos en nombre de la defensa de la libertad no significaba en modo alguno alinearse con una agenda política y militar cuyos callejones sin salida había previsto.