El papa Juan Pablo II calificó a la discriminación racial como una plaga y "un pecado que constituye ofensa grave contra Dios" (Ángelus, 26 de agosto de 2001). Ni los santos se escaparon de ella.
Para los millones de personas que sufren el racismo, puede ser alentador conocer a los santos que también fueron objeto de abuso, desdén e incluso asesinato debido a su raza.
Por desagradables que sean algunas de estas historias, te recuerdan que no estás solo. Para aquellos de nosotros que estamos tratando de caminar en solidaridad con las personas de color, las historias de los santos nos invitan a trabajar más duro para luchar contra la discriminación racial en la Iglesia y en el mundo.
Beato Peter Kibe (1587-1639)
Este cristiano japonés se sintió llamado a ser sacerdote jesuita. Se le negó la entrada a la orden de los jesuitas en Japón y finalmente fue al Macao portugués.
Allí le dijeron que no podía ser ordenado porque era japonés. Fue a Goa, donde le dijeron que jamás ordenarían sacerdote a ningún asiático.
En lugar de lavarse las manos con todo el asunto racista, Kibe confió en la Iglesia católica (y en la orden jesuita) y viajó a Roma, un viaje que supuso 3 mil 700 millas a pie.
Allí, finalmente fue recibido en la Compañía de Jesús y ordenado sacerdote, después de lo cual pasó ocho años, de regreso en Japón, sirviendo como sacerdote clandestino antes de su martirio.
Sierva de Dios Teresa Chikaba (1676-1748)
Fue, como santa Josefina Bakhita, secuestrada y vendida como esclava cuando era niña (aunque Chikaba era de Ghana).
Aunque relativamente bien tratada en la casa de su noble amante español, Chikaba seguía siendo una persona esclavizada.
Soportó la naturaleza inhumana de la esclavitud, así como las burlas racistas y las palizas a manos de otros sirvientes de la casa.
Liberada después de la muerte de su amante, Chikaba fue rechazada por un convento tras otro, a pesar de su enorme dote y del patrocinio de su antiguo amo, el marqués.
Cuando finalmente se le permitió ingresar en un convento dominico, se la obligó a vivir como sirvienta en lugar de como monja de pleno derecho, incluso después de convertirse en mística y de hacer milagros.
Poeta, Chikaba fue la primera mujer negra conocida por haber escrito literatura en un idioma europeo.
Beato Francisco de Paula Victor (1827-1905)
Nació en la esclavitud en Brasil, de padre desconocido. Cuando era adolescente, le dijo al sastre -de quien era aprendiz- que esperaba ser sacerdote. El hombre blanco arrastró a Francisco a la calle y lo golpeó hasta hacerle sangrar.
Pero el joven persistió, convenciendo a su obispo (Siervo de Dios Antônio Ferreira Viçoso, un acérrimo abolicionista) para que lo aceptara como seminarista.
Único hombre negro en el seminario, Francisco soportó el ridículo y el desdén, pero su santidad evidente gradualmente hizo callar a sus compañeros de clase racistas.
Sin embargo, cuando fue ordenado, muchos de sus feligreses blancos se negaron a recibir la Comunión de su mano. De nuevo, el padre Francisco buscó la santidad y al final de su estancia en la parroquia, su gente lo quería muchísimo.
Cuando se le despreciaba, se alegraba de poner la otra mejilla; pero cuando otros estaban en peligro, se levantaba y gritaba.
Beato Ceferino Namuncurá (1886-1905)
Era miembro de la tribu mapuche, un pueblo indígena que vive entre Chile y Argentina. Hijo de jefe, fue enviado para ser educado en escuelas donde era la única persona indígena.
Algunos de sus compañeros de clase fueron deliberadamente crueles, pero la mayoría simplemente no veía problema en hacerle bromas racistas. Uno de ellos, con toda sinceridad, le preguntó a Ceferino a qué sabía la carne humana. El joven mapuche simplemente se dio la vuelta, llorando en silencio.
Ceferino entró en la orden salesiana, con la esperanza de ser sacerdote, pero murió de tuberculosis cuando tenía 18 años.
Beato Isidoro Bakanja (1887-1909)
Era un católico congoleño que trabajaba como criado doméstico en una plantación de caucho. Isidoro hablaba a menudo de su amor por el Señor y anhelaba presentar a Jesús a todos los que conocía.
Esto le convirtió en objeto de sospecha para sus empleadores belgas, que odiaban la fe católica, sobre todo porque los misioneros católicos insistían en enseñar a los africanos que no eran inferiores a los hombres blancos.
Debido a que se negó a quitarse el escapulario marrón, Isidoro fue brutalmente golpeado por su patrón blanco, hasta la muerte. Fue un mártir de la fe, pero su asesinato solo fue posible porque como hombre negro se le consideraba desechable.