Dice el Catecismo de la Iglesia católica de nuestro ángel custodio:
Entre los ángeles y los hombres hay una comunión muy estrecha: desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia (CEC 336).
De esta manera, la tarea de los santos ángeles es la de proteger a los hombres y buscar su salvación, y cuando hablamos de salvación nos referimos a cuerpo y alma.
En la muerte se da "la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado" (CEC 997).
Es en este momento donde se invoca a los ángeles para que esta separación sea sin dolor ni turbación.
Los ángeles custodios del cuerpo
Una vez que se da la separación del alma y cuerpo, los ángeles continúan la protección del cuerpo del fallecido.
Esta custodia que hace el ángel del lugar donde reposa el cuerpo sin vida en la tumba es una indicación de la dignidad del cuerpo humano que no desaparece con la muerte. No es un objeto o una cosa que pueda ser manipulable o cosificada, ni siquiera aún ya fallecido.
Es un cuerpo de una persona humana que es propiedad de Dios y que hace parte integrante de la persona humana.
¿Dónde va el ángel cuando el alma sigue su destino?
Como el ángel es totalmente santo y ha tomado ya su decisión libre por Dios, no puede acompañar al alma ni al purgatorio ni al infierno. Pero el ángel guardián puede seguir ayudando e intercediendo por el alma que se encuentra en el purgatorio, ya no por la que se encuentra en el infierno.
La ayuda que da para los que se encuentran en el purgatorio es muy variada: nos invitan y exhortan a orar por las almas del purgatorio, mueven nuestro corazón pidiendo que recemos por estos hermanos nuestros que se encuentran en aquel lugar de purificación.
Alabanza y gratitud eternas
Las almas que llegan a la presencia de Dios, se unen al coro de los ángeles y santos para entonar el himno de alabanza y acción de gracias.
En cambio los ángeles guardianes ya no pueden intervenir por aquellas almas que deciden rechazar el amor y la misericordia de Dios. Ellos alaban y adoran la justicia de Dios.
Para que junto con ellos, tributemos un canto de adoración allí donde "enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap. 21,4).