A veces, muchas, el ejemplo de otros impulsa una vocación o un proyecto de vida excepcional. Incluso en personas que lo tienen todo y no tienen por qué preocuparse por desfavorecidos que viven en desgracia a miles de kilómetros. María Teresa lo tenía todo. Era noble, hija de condes, de familia ilustre. Disfrutaba de bailes y fiestas. De riqueza y suntuosidad. Los pobres estaban lejos. Pero ella los buscó. Y los encontró.
Su familia era de origen polaco, pero María Teresa Ledóchowska nació en la localidad austriaca de Loosdorf, el 29 de abril de 1863. Era una de los siete hijos del conde Antoni Halka Ledóchowski y su esposa la condesa Josefina Salis Zizers. María Teresa era una niña estudiosa, con dotes artísticas para la música y la pintura.
Estudió en escuelas religiosas y desde pequeña vivió con intensidad el fervor religioso que se respiraba en su hogar. Una fe que, además de María Teresa, daría sus frutos en dos de sus hermanos, pues su hermana Julia, santificada como Santa Úrsula, fundó las Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón Agonizante y uno de sus hermanos, Wlodimir fue Superior General de los Jesuitas.
María Teresa continuó profundizando en su fe. Una fe que se intensificó cuando en 1885 enfermó de viruela. Ella sobrevivió a la enfermedad, pero su padre no, que falleció dejando un vacío emocional terrible y una situación económica preocupante en la familia. Ese mismo año, se marchó a la corte de Fernando IV y Alicia de Parma, Gran Duquesa de Toscana, para ejercer como dama de honor y aliviar así un poco la situación pecuniaria de su madre viuda.
Estando en la corte ducal conoció a unas mujeres que formaban parte de las Franciscanas Misioneras de María y que habían acudido a pedir ayuda a los duques para sus proyectos en África. Quedó profundamente conmovida con el trabajo que aquellas religiosas realizaban. Fue en aquella época que se acercó también a los escritos del cardenal Carlo Lavigerie, fundador de los Padres Blancos para la evangelización de África, que denunciaba la situación de esclavitud en la que, aún a finales del siglo XIX, vivían muchas personas en el Tercer Mundo.
María Teresa empezó a dibujar claramente cuál iba a ser su futuro. Por el momento, hacia 1890, decidió fundar una revista, Eco de África, en la que recopilar toda la información que pudiera acerca de los proyectos misioneros que se realizaban en el Continente Negro con el fin que conseguir apoyos. Cada vez más implicada y concienciada, escribió una novela, Zaida, en la que recreaba la dura existencia de una mujer en la esclavitud y fundó otro periódico, El muchacho negro, dirigido a los jóvenes.
Un año después, en 1891, comunicó a su señora que abandonaba palacio para centrarse en cuerpo y alma al que sería su gran proyecto de vida. En los siguientes años maduró la idea de crear una congregación religiosa centrada en las misiones. Inspirada en San Pedro Claver, jesuita español que tanto hizo contra la esclavitud en Colombia, se reunió con el Papa León XIII quien el 29 de abril de 1894 aprobó los estatutos de su congregación.
Las Hermanas Misioneras de San Pedro Claver iniciaron su andadura en Salzburgo desde donde su idea fue materializándose. Mientras cada vez eran más las jóvenes que se unían a María Teresa, ella no dejaba de viajar por toda Europa exponiendo su proyecto y transmitiendo al mundo la necesidad de luchar contra las injusticias sociales allí donde el ser humano más sufría. Sus palabras fueron escuchadas con devoción por las personas que se aglutinaban a su alrededor y, mientras unos daban lo que tenían, otros se ponían a su servicio.
En 1910 la Santa Sede otorgaba la aprobación definitiva de una congregación que fue creciendo de manera exponencial, haciéndose presente en todos los continentes. María Teresa Ledóchowska nunca salió de Europa, nunca pisó África ni ningún otro lugar lejano, pero su nombre y su misión estuvieron tan presentes en aquellos rincones abandonados del mundo que era conocida popularmente como la "madre de las misiones de África".
El 6 de julio de 1922 falleció en la casa de las Hermanas Claverianas de Roma. Desde entonces, su misión sigue expandiéndose. Fue beatificada por Pablo VI el 19 de octubre de 1975.