La Iglesia, como Madre, se preocupa por el alma de cada uno de sus hijos, y pide rezar por todos para que alcancen los frutos de la redención de Cristo mientras viven, pero ¿qué pasa cuando muere un no creyente?
La salvación es para todos
Sin embargo, no forzará a nadie a creer ni a salvarse. Deja a la persona en libertad para aceptarlo o rechazarlo. Pero esa decisión traerá consecuencias, pues solo habrá dos destinos finales: cielo o infierno.
Hay que ganar el cielo
El Catecismo de la Iglesia católica menciona que:
"Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final"
Por eso, insiste en orar por todos en la santa Misa y en las oraciones cotidianas:
"En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que 'quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión'" (2 P 3, 9).
Rezar unos por otros
Por eso, mientras vivamos tendremos la oportunidad de encontrarnos con el Señor, y los creyentes tienen la obligación de anunciar el Evangelio de palabra y obra. Y rezar mucho, nunca cansarnos de pedir por buenos y malos, por creyentes y no creyentes, vivos y difuntos; Dios hará su obra en esas personas que no creen.
Hagamos lo que dice la carta de Santiago:
"Oren los unos por los otros [...], Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados" (St 5, 16; 19-20).